jueves, 12 de abril de 2012

La CAIDA...

LA CAÍDA

Ninguno quiere hablar de ella. Todos la apartan de su mente y todos procuran
olvidarla inmediatamente después de haber sufrido uno.
Algunos...


Algunos exorcizan el aire con un gesto de dos dedos o tocando materia vegetal cuando la escuchan nombrar. La cuestión es que la caída está ahí, acechado al motorista permanentemente. No lo olvidemos. No nos engañemos: cuanto más conozcamos a nuestro enemigo, mejor podremos luchar contra él.
Bien. Ahora vamos a hablar sobre la caída. De antes de producirse, de durante
los momentos en los que la sufrimos y de después de salir de ella.

Antes.

Como norma inicial, como máxima que debemos de grabar en nuestro pensamiento, casi diría que en nuestro espíritu: No debemos dar nunca una caída por hecha hasta encontrarnos en el suelo. Hablamos de caídas producidas por derrapadas o resbalones, no las que provocamos nosotros mismos -como mal menor- para evitar el choque contra un coche o la salida fatal hacia un abismo.

Hay que luchar contra la caída, con la moto, con la gravedad con el asfalto, y no demos entregarnos, rendirnos, y menos aun dejarnos atenazar por el pánico. Hay que pelear. Con esa actitud combativa nos libraremos de más de un arrastrón.

Hablemos de cómo dirigir esa lucha. Pongamos que la curva en la que estamos es de izquierdas.

1.- Desliza la rueda trasera.
Debemos pisar con todas nuestras fuerzas la estribera derecha, incluso, si nos da tiempo, plantar el centro del pie sobre ella para hacer mejor palanca.
Simultáneamente, debemos clavarle al depósito la rodilla del mismo lado.

Por último y para poner un punto de apoyo a esa palanca, también debemos tirar del manillar. Pisar muy fuerte, sobre todo, la estribera, meter la rodilla al depósito y tirar del manillar.

2.- Desliza la rueda delantera.
Si sentimos un vacío en el tren delantero, esa temerosa sensación de falta de apoyo que transmite el deslizamiento de la rueda, lo inmediato es tirar desesperadamente del manillar, como si tratáramos de levantar la moto. También pisaremos nuevamente la estribera derecha, pero sobre todo hay que hacer mucha fuerza tirando del manillar.

3.- Los vaivenes.

Hay veces que, después de sacar la moto del resbalón inicial, la desesperación con la que lo hemos hecho nos catapulta por ese exceso de fuerza hacia el interior de la curva y, probablemente, iniciaremos una serie de tumbos y bandazos, de vaivenes a izquierda y derecha en los que tendremos que continuar luchando, no tiraremos la toalla hasta no volver a conseguir la completa estabilidad de la moto. Muchas veces
hacemos lo más difícil, salvamos la caída de un lado y luego, por aflojar, por entregarnos nos vamos fuera de la calzada o nos caemos hacia el otro.

Se produce la caida

Tal vez lo que describa a continuación pueda resultar un tanto crudo, o se puede entrever en la forma de hacerlo el trato excesivamente frío de situaciones que pueden acarrear consecuencias fatales. Es cierto: aunque sea natural para un servidor, el trato es aséptico, frío y crudamente realista. Pero precisamente lo es así para huir de la frivolidad y de la negligencia con que muchas veces se ignora. Sé de lo que hablo porque lo he presenciado demasiadas veces y, sobre todo, porque lo he sufrido en muchas ocasiones; por eso pienso que se debe tratar con una reflexiva naturalidad.

En principio, para saber cómo reaccionar y qué hacer cuando demos con nuestros huesos en el suelo, qué mejor lección que la que nos pueden dar los pilotos que vemos en la televisión. Observemos detenidamente cada caída que se produce en una carrera, sobre todo la de los participantes más experimentados.

Lo primero, lo principal y a veces lo único que se puede hacer es mantener los músculos en tensión, todo el cuerpo debe ser un resorte, convirtiendo piernas y brazos en auténticos amortiguadores. No podemos dejarnos voltear por la inercia como un ovillo por el gato, entregarnos a esa violencia como un saco de patatas.

Si caemos resbalando.

Intentaremos, en la medida de lo posible, incorporarnos para exponer al roce nuestra parte más mullida: El culo...jajaja!!!

Si al caernos nos desplazamos rodando por el asfalto.

Hay que tratar de resguardar de la violencia de cada giro nuestras partes más vulnerables y exponer la menor superficie posible de nuestro cuerpo dando vueltas sobre sí mismo.
Existe una imagen, que tal vez muchos recordéis como yo, que explica gráficamente a la perfección la postura de la que hablamos. Se veía a Sete Gibernau rodando sobre el asfalto como una croqueta a toda velocidad: con los hombros recogidos, los codos replegados sobre el vientre y las manos abiertas y cruzadas sobre el pecho.

Si salimos por las orejas.

Así se conoce la que es, probablemente, la forma de caída más violenta. Se produce cuando la rueda trasera derrapa, se desplaza oblicuamente a la trayectoria de la moto buscando la perpendicular; hay un momento, más o menos próxima a ella, en el que el neumático vuelve a coger, agarra bruscamente y la moto se endereza con violencia, produciendo un terrible efecto de catapulta que nos lanza hacia arriba.
Lo cierto es que en estos casos poco podemos hacer, salvo mantener todo el cuerpo en tensión -como no me cansaré de repetir- esperando recibir el impacto contra el suelo, porque es una verdadera lotería la forma y la postura en la que vayamos a caer -en muchas ocasiones de espaldas-.
Si la sacudida no resultara excesivamente fuerte (algo más que un susto), debemos agarrar con fuerza el manillar para tratar de salvar la caída; pero si la moto nos lanza con verdadera virulencia, sinceramente, no sabría decir si es mejor soltarlo para evitar, en la medida de lo posible, que el impulso nos voltee y caigamos golpeándonos directamente la espalda.
Al menos, cayendo de frente, tenemos una posibilidad. Pero estamos hablando de ello como si dispusiéramos de todo el tiempo que uno se toma para una decisión trascendental como la compra de un piso o tener un hijo. Desgraciadamente, no es así. Al menos sí tendremos tiempo -volvemos a lo mismo- de preparar el cuerpo como un resorte.

Si provocamos la situacion

En situaciones de extremo compromiso tomamos una decisión, instintiva en la mayoría de los casos, para evitar males mayores -como los de un choque o los de una salida hacia una zona comprometida- y nos vamos al suelo. No hay ninguna diferencia con la primera de las situaciones definidas: caemos resbalando, con la ventaja, si es que se le puede llamar así, de que en este caso sabemos con algo más de anticipación que
nos vamos a caer.


Si chocamos.
Contra un muro, contra un camión o contra algo tan grande y sólido que no deje
ni un resquicio a la escapatoria poco o nada se puede hacer. Sin embargo, en la inmensa mayoría de las ocasiones el choque se producirá contra un coche, y, en ese caso podemos hacer algo, aunque poco, claro está, para tratar de minimizar sus consecuencias.
Cuando veamos que la colisión es inevitable, que vamos hacia el coche irremediablemente, hay que tratar de aprovechar el efecto de palanca que hace la moto sobre el eje delantero en el momento de chocar.
Intentaremos potenciar con un impulso de las piernas ese efecto de catapulta que nos lanza hacia arriba para elevarnos por encima del coche (en estos casos, el efecto de palanca repercute con mucha más fuerza en el pasajero por ser más largo el brazo de la misma).

Existe un punto, que dependiendo del tipo de moto puede frenar más, menos o nada este impulso: el manillar. Por eso, si tenemos un margen de tiempo, que normalmente hay el suficiente, nos echaremos unos centímetros hacia atrás y dejaremos el trasero un tanto elevado para tratar de salvarlo en el impulso.
No doy esta explicación como una solución mágica. No lo es. Se trata simplemente de un mal menor; y si vamos convenientemente equipados, tenemos una posibilidad. Yo mismo he salido indemne de un par de accidentes de este tipo.
Como norma general para reaccionar en estas situaciones tenemos, como es lógico, que impedir que el pánico se apodere de nosotros.

Para luchar contra él, contra el pánico, contamos con dos armas de inestimable valor.

Una: la absoluta concentración que debemos de llevar puesta en lo que hacemos en esos momentos.

Dos: el espíritu aguerrido y combativo que debe acompañarnos
siempre para plantar cara a las dificultades.

Tras la caída.

Haremos lo mismo que tras un buen susto: extraer de ella todo lo que tenga de
instructivo.
Efectivamente, ya que ha ocurrido, llevarnos la lección aprendida.
Hay muchas ocasiones en las que la moto patina sin que tengamos ni idea del porqué.
Nos coge completamente desprevenidos y vamos a parar al suelo sin poder remediarlo. Muchas de esas veces, aún después de levantarnos (si es que salimos indemnes), no nos explicamos qué ha ocurrido.
Es el momento de volver sobre nuestros pasos, si el tráfico lo permite, e ir al punto exacto donde se ha producido el resbalón para inspeccionar el piso detenidamente: pasando el pie sobre él, deslizando la suela, si es que a simple vista no descubrimos aún qué es lo que ha provocado el encontronazo contra el suelo.
La humedad, el desgaste exagerado del asfalto, anticongelante, aceite…
Hay elementos y sustancias que pasan desapercibidas a ese examen, a ese escaneo del hemos hablado en otro apartado.
Por ejemplo: Hace un par de años, hicieron cerca de mi casa una rotonda nueva en la que me dio, al principio, dos buenos sustos la rueda delantera.
Los dos patinazos ocurrieron de noche y no conocí el porqué hasta algunos días después, cuando examinando de día el asfalto, me di cuenta que el carril de la calzada más próximo al bordillo, estaba impregnado de una sustancia pegajosa.
Era el polen que desprende el jardín que plantaron dentro del contorno de la glorieta.
También ese examen a pie nos enseña a escanear con mayor precisión el asfalto, una vez sufrida la caída -A la fuerza ahorcan-.
Si no encontramos la causa en el suelo, la buscaremos en nuestra moto, empezando por el estado de los neumáticos. Su presión de inflado, su desgaste, y tendremos en cuenta, también, si acabábamos de arrancar en el momento de caernos y por ello aún se hallaban fríos.
Continuaremos por la horquilla y los amortiguadores -aunque una reacción anómala de
los elementos de la suspensión cuando ya se hallan en mal estado no es repentina-.
En cuanto a los elementos que han concurrido en la caída y que ya no se pueden ver o repetir, haremos -como en el caso del susto- un repaso minucioso, no sólo de toda la secuencia, sino también de los momentos previos a la misma. Cuál era nuestro grado de concentración, de visibilidad, si hemos cometido alguna brusquedad o si tal vez
conducíamos con un entusiasmo cegador. La cuestión es que, de una manera o de otra, no debemos quedarnos sin saber qué circunstancias han concurrido para caernos. Y, aunque el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra,
estoy seguro de que conocer las causas nos ayudará, y mucho, a que no se repita la caída, al menos, de la misma forma.

Como añadidura, una última advertencia, muy puntual pero con un serio riesgo de caída.

Saludos a todos los que lean esto...

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